Cambiar de país transformó mi vida, pero no en el sentido de un cliché-idealista-new-age, no. Mi vida cambió al darme cuenta que mi antiguo yo —que pensaba muerto y enterrado— aparece de vez en cuando con una risa burlona para recordarme que soy Otro, sí, y El Mismo, también. Ya sea por un juego de espejos, un karma relacional o una pesadilla borgiana, lo que llamo ahora “casa” no resulta tan distinto a lo que vivía antes, pese a que el escenario cambió de forma radical. Juro que esto tiene un punto…
La forma que tenemos de sentirnos en casa es más compleja que la imagen bucólica del clásico wallpaper de una cabaña de madera, en un lugar improbable, con un pórtico en la entrada y piso de roble recién encerado por quién sabe quién. Nuestra visión de hogar está teñida indefectiblemente por la historia que nos enorgullece y la que intentamos ocultar de nosotros mismos. Porque casa, en definitiva, es un concepto complejo, fluido, subjetivo, que reúne un espacio físico, psicológico y espiritual. Para ser más claro, una anáfora:
Casa es el país o continente que elegiste para vivir.
Casa son las coordenadas que marca Google Maps.
Casa es la hipoteca que nunca terminas de pagar.
Casa es donde podés pasar todo el día mirando Netflix descalzo o con las medias agujereadas.
Casa son emociones físicas adheridas a recuerdos de la infancia.
Casa es el cuerpo que habitas y que apenas reconoces en el espejo.
Casa es la red de personas que siempre están ahí cuando las necesitas.
Casa es un lugar donde muebles polvorientos, telas de araña y platos en el fregadero te acusan de descuidado y perezoso.
Casa es un templo sagrado que debe estar siempre impoluto.
Casa es donde miras pornografía, tomas alcohol hasta dormirte y lloras sin que nadie te vea.
Casa es donde te maltrataron, abusaron y violaron aquellos que debieron cuidar de ti.
Casa es lo que ocurre hasta que escuchas el ruido de la cerradura.
Casa es el refugio que te ofrecieron cuando no tenías dónde ir.
Casa es la comunidad que te abrió las puertas sin hacer preguntas.
Casa es el campo de batalla en una guerra no declarada.
Casa es donde tus hijos dieron sus primeros pasos.
Casa es donde festejas cumpleaños.
Casa es la habitación en la que te encierras mientras escuchas reír a otros.
Casa es donde abortas en silencio.
Casa es donde guardas tesoros que temes que algún día vayan a robar.
Casa es la tierra donde tus ancestros pelearon y perdieron.
Casas es la tierra que tus ancestros conquistaron por la fuerza.
Casa es donde entierras a tus muertos.
Casa es donde te sientes libre caminando por la calle.
Casa es donde podés hablar tu idioma o practicar tu religión sin que te miren raro o te acusen.
Casa es donde no temes por tu vida.
Casa es el sentimiento de paz que experimentas cuando estás en la naturaleza.
Casa es el lugar al que ansias volver.
Casa es el lugar al que nunca quieres volver.
Casa es el fin último de todas las odiseas épicas.
Casa es el punto de referencia del cual no te quieres ir cuando eres niño, luchas por salir cuando eres joven y ansías volver cuando eres viejo.
Casa es el punto y la circunferencia.
Casa son las cenizas de un lugar idealizado que jamás existió.
En términos de Toko-pa Turner, las dos grandes preguntas respecto a nuestro sentido de pertenencia son: ¿te has sentido merecedor/a de un lugar en la mesa? y ¿qué tuviste que hacer para ganarte esa silla? Para mi gusto, hacerse en profundidad esos cuestionamientos pueden revelar, por un lado, sentimientos de abandono, traumas y problemas de autoestima y por otro, los mecanismos —que todavía te pueden estar afectando— que pusiste en marcha para sobrellevar esa situación.
Todos somos seres de distancias y lejanías, y es cierto, en gran medida las experiencias del pasado determinan nuestra realidad actual y futura. Lo bueno del caso es que si estás leyendo estas (trasnochadas) líneas, seas quien seas, todavía tienes algún margen de cambio, de libre albedrío para discernir entre lo que te ha sido dado y lo que quieres construir. El sentido de pertenencia no es algo que nos ocurre (o no) a secas, se puede desarrollar, pero para eso es necesario hacerlo consciente, puede que estés a una anáfora de distancia.
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