Argumentos a favor y en contra de la Psicoterapia Online (Parte I)
A raíz de la crisis del Covid-19, la mayoría de los psicólogos han hecho una migración forzosa de la psicoterapia clásica a la arena virtual. Predeciblemente, este cambio abrupto ha reavivado una controversia que resumo en una sola pregunta:
¿La psicoterapia online funciona tan bien como la psicoterapia presencial o la relación a distancia hace que se pierda la esencia de la psicoterapia?
Una respuesta pragmática
Los cognitivos llevan más de veinte años investigando la eficacia de la psicoterapia a distancia y han llegado a la conclusión que la psicoterapia convencional y la teleterapia son «funcionalmente equiparables» a nivel de resultados (por una breve revisión: Spiro and Devenis, 2000; Leffert, 2003; Hanly, 2007; Carlino, 2011; Migone, 2013).
Más aún, Kuester et al. (2016) concluyen que existe evidencia que la psicoterapia online es preferible para aquellas personas que han sufrido traumas relacionales porque el espacio seguro de sus casas les permite reducir el nivel de ansiedad y sentirse más seguras.
Argumentos en contra y a favor de la Psicoterapia Online
Hasta aquí todo claro, hasta que entramos nosotros, los psicoanalistas. En el terreno de la psicología dinámica las aguas están divididas porque nuestra forma de hacer psicoterapia está basada en el vínculo terapéutico, por tanto, la pregunta añadida es, ¿en qué medida un medio artificial afecta la relación terapéutica?
Hace cuatro años que trabajo a diario con pacientes de todas partes del mundo vía Skype y FaceTime, estoy convencido que la modalidad a distancia funciona, pero no creo que la pregunta se pueda contestar en términos de «mejor o peor», porque son dos formas distintas de hacer terapia. Existen sí ventajas y desventajas, resulta recomendable para algunos pacientes (y terapeutas) y para otros no.
A continuación voy a contestar a los que entiendo son los principales argumentos en contra de la psicoterapia online.
- La psicoterapia online es una banalización de la psicoterapia tradicional.
El argumento generalmente se articula de esta forma: Utilizamos los dispositivos móviles para trabajar, estudiar, jugar, leer noticias, mirar películas, series, pornografía y mantenernos comunicados 24/7. El medio es el mensaje, y si el medio es banal, el mensaje estará por defecto banalizado.
Así, al no tener en frente una persona de carne y hueso, el ritual de la psicoterapia pierde su encanto y las fantasías winnicottianas (Winnicott, 1969) de «seducir» o «patear» al terapeuta se pierden. El vínculo ya no es tan humano, entre los píxeles se diluye la intimidad y la relación termina siendo más superficial. El avance tecnológico es una amenaza a la psicoterapia profunda que sólo puede ocurrir en la intimidad del consultorio, la psicoterapia online es un sucedáneo light que, en todo caso, puede servir para gestionar situaciones de emergencia, pero no es una forma de hacer un proceso de análisis profundo.
Mi respuesta:
Esta retórica me parece purista por cuatro motivos:
Uno. Parte del supuesto de la falacia de la pendiente resbaladiza, no es cierto que la psicoterapia online «amenaza» con restarle profundidad a la psicoterapia clásica. Esta misma reacción contra-tecnológica la hemos visto a lo largo de la historia, por citar dos ejemplos pintorescos:
- Cuando las imprentas se masificaron en el siglo XVIII e hicieron más económicas y accesibles las novelas fantásticas, la idea general —por lo menos de la burguesía— era que el auge de estos libros iba a «corromper» a la juventud que ya no querría trabajar, produciría menos y perdería «el contacto con la realidad» (Lorenzo, 2004).
- Un siglo más tarde, cuando surgieron los trenes, no eran pocos los que estaban empecinados en bloquear las vías, tiraban piedras y vaticinaban que el estridente ruido de los motores generaría «locura instantánea» en los pasajeros, haría que las vacas sufrieran abortos espontáneos, que las gallinas dejaran de empollar, entre una incontable lista de calamidades (Newman, 2019).
Lo mismo ocurrió con el surgimiento de la radio en la década del 20, más tarde con la televisión, los ordenadores, con internet y los teléfonos móviles. Un cambio tecnológico por si mismo no significa nada, lo que lo convierte en un fenómeno histórico es la construcción social que hacemos de la tecnología. La idea no es aceptar ciegamente el pasaje de la psicoterapia co-presencial a la terapia online, sino evaluar y cuestionar en detalle los convenientes e inconvenientes de estos dispositivos terapéuticos. La psicoterapia no es ajena a la creciente hibridación entre los humanos y las maquinas; las redes sociales ya han cambiando nuestra forma de relacionarnos. Alcanza con echar un breve vistazo a Internet Live Stats para dimensionar la velocidad con la que avanza el uso de internet a nivel mundial y hacerse una idea de lo absurdo que resulta tapar el sol con un dedo.
Dos. Creo que todavía existe una visión idílica de la psicoterapia co-presencial y que este argumento confunde lo práctico con lo banal. Personalmente me alegro que extranjeros de todas partes del mundo, personas que viven lejos de las grandes ciudades o tienen movilidad reducida, puedan acceder a psicoterapia en su lengua madre si así lo desean. Esta «nueva normalidad» tiene un sentido práctico que no debería ser subestimado y que no es en absoluto trivial.
Tres. Respecto a la «falta de intimidad» en la psicoterapia online, mi preocupación es más bien la contraria, me preocupa el exceso de intimidad. Varias veces me he sentido como Dr. House cuando se infiltraba en la casa de sus pacientes en busca de «pistas» que le permitieran hacer un diagnóstico. A veces me pregunto si debería hacer algún señalamiento respecto a un cuadro, la cama destendida o los libros obsesivamente ordenados por colores y tamaños que veo detrás del rostro de mis pacientes o si estaría siendo invasivo por el simple hecho de comentarlo. Las video-conferencias hacen que el terapeuta entre el espacio privado del paciente, que ahora deja de ser visitante para pasar a ser locatario. Este es un cambio de paradigma que merece ser analizado, porque —como vemos frecuentemente en las redes sociales— al no existir una amenaza física inmediata y concreta, los pacientes pueden sentir mayor impunidad, por tanto, las fantasías de «seducir» o «patear» al terapeuta no se atenúan, por el contrario, nunca estuvieron más al alcance de la mano. La paradoja de la psicoterapia online es que la distancia no sólo separa, también facilita expresar lo que nos atreveríamos a decir tête à tête. Esto puede llegar a ser un incordio para el terapeuta, pero también —como hemos visto— es especialmente útil para aquellas personas que se sienten intimidadas por el espacio terapéutico tradicional. (Tengo varios pacientes que no se «atrevían» a comenzar psicoterapia anteriormente y han visto en la psicoterapia online una oportunidad para hacerlo).
Cuatro. Y en relación al reciente pasaje forzoso de la psicoterapia co-presencial a la psicoterapia virtual por motivos del Covid-19: Me preocupa particularmente cuando un terapeuta considera apriori a la psicoterapia online como una metodología banal —o como un mero «seguimiento terapéutico», un «peor es nada» o un «mientras tanto»—, porque esta creencia afecta la calidad del servicio que ofrece a sus pacientes. Como todo en la vida, si empezamos como una mala predisposición seguramente no hagamos más que confirmar nuestras creencias previas. Por el contrario, si aprovechamos las ventajas que nos ofrece la tecnología y buscamos solucionar o mitigar los obstáculos, es posible hacer un uso profundo, responsable y comprometido de la terapia. Todo en psicoterapia es potencialmente analizable y esto incluye, por supuesto, los medios por los cuales nos comunicamos. Por mi parte creo en la libre elección de los pacientes y abogo por un tipo de psicoterapia flexible, libre de juicios morales y capaz de adaptarse a los tiempos que corren.
En los próximos posts seguiré comentando acerca del asidero (o no) de otros argumentos en contra de la psicoterapia online.
Bibliografía
Carlino, R. (2011). Distance Psychoanalysis. London: Karnac Books.
Eggleston, W. (1941). Press censorship. Canadian Journal of Economics and Political Science/Revue canadienne de economiques et science politique, 7(3), 313-323.
Ehrlich, L. T. (2019). Teleanalysis: Slippery Slope or Rich Opportunity?. Journal of the American Psychoanalytic Association, 67(2), 249-279.
Hanly, C. (2007). Case material from a telephone analysis. In Psychoanalysis
Online 2: Impact of Technology on Development, Training, and Therapy,
ed. J.S. Scharff. London: Karnac Books, 2015, pp.133–137.
Kuester, A., Niemeyer, H., & Knaevelsrud, C. (2016). Internet-based interventions for posttraumatic stress: a meta-analysis of randomized controlled trials. Clinical Psychology Review, 43, 1-16.
Lorenzo, J. B., & López, C. C. (2004). La censura gubernativa en el siglo XVIII. Hispania, 64(217), 571-600.
Migone, P. (2013). Psychoanalysis on the Internet: A discussion of its theoretical implications for both online and offline therapeutic technique.
Psychoanalytic Psychology 30:281–299.
Newman, F. (2019). David Brandon and Alan Brooke, The Railway Haters: Opposition to Railways from the 19th to 21st Centuries.
Leffert, M. (2003). Analysis and psychotherapy by telephone: Twenty years
of clinical experience. Journal of the American Psychoanalytic
Association 51:101–130.
Spiro, R.H., & Devenis, L.E. (2000). Enhancement in the therapeutic process.
In Use of the Telephone in Psychotherapy, ed. J.K. Aronson. Northvale,
NJ: Aronson, pp. 45–79.
Winnicott, D.W. (1969). The use of an object. International Journal of
Psychoanalysis 50:711–716.
Qué estupenda reflexión sobre la psicoterapia online, hacía falta, sobre todo ahora que tanto se está haciendo uso de ella. Yo también le veo sus ventajas. Qué manía tenemos de comparar.
Me alegro y sí, es un poco así. Muchas veces intentamos dar respuestas simples a problemas complejos.