Relaciones tóxicas – Ps. Diego Durán https://diegoduranblog.wpcomstaging.com Psicólogo Clínico Bilingüe. Licenciado en Psicología/Master en Psicoterapia. Thu, 18 Nov 2021 13:02:03 +0000 es hourly 1 https://diegoduranblog.wpcomstaging.com/wp-content/uploads/2021/01/cropped-icono-1-150x150.png?crop=1 Relaciones tóxicas – Ps. Diego Durán https://diegoduranblog.wpcomstaging.com 32 32 117911546 TFM – Trauma, Disociación e Identidad https://diegoduranblog.wpcomstaging.com/2020/04/15/tfm-trauma-disociacion-e-identidad/ https://diegoduranblog.wpcomstaging.com/2020/04/15/tfm-trauma-disociacion-e-identidad/#comments Wed, 15 Apr 2020 19:17:06 +0000 http://diegoduranblog.wpcomstaging.com/?p=1587 Esta tesis que adjunto corresponde a la Maestría en Psicología Analítica Junguiana que realicé en Universidad Católica del Uruguay. Este es el segundo máster que he hecho, el anterior fue en Psicoterapia Analítica Grupal (puedes acceder al material completo aquí).

Comparto con Ustedes una versión reducida del trabajo porque, por motivos obvios, no incluyo aquí el análisis de un caso clínico (si bien he utilizado un pseudónimo y alterado algunos detalles para mantener la confidencialidad).

¿Qué puede aportar este trabajo? En principio tres asuntos:

El primero. La temática giró en un principio respecto al Trastorno Límite de la Personalidad (TLP), sin embargo, en la medida que fui profundizando sobre este trastorno me fui dando cuenta que las bases nosológicas de este diagnóstico, tal como se encuentra en el DSM-5, no parecen estar bien construidas, por varios motivos (enumero los tres que me parecen más relevantes):

a) Es posible diagnosticar a dos personas con TLP sin que tengan ningún síntoma en común.

b) A nivel de investigación, no resulta controversial asegurar que el TLP está ligado íntimamente con el trauma. Sin embargo, en lugar de clasificar al TLP dentro de los trastornos producidos por trauma o estresores, se encuentra dentro de los trastornos de personalidad (como si la variable trauma pudiera ocurrir o no en el TLP).

c) La altísima comorbilidad del TLP con los Trastornos Disociativos y los Trastornos de Estrés Post-traumáticos (especialmente con el Trastorno de Estrés Post Traumático Complejo) es tan grande que hacer un diagnótico diferencial objetivo resulta, en la enorme mayoría de los casos, directamente imposible a nivel práctico.

Lo importante, en relación al tratamiento, es entender que existen criterios transversales relacionados con el trauma, la disociación y la identidad que son centrales para entender y tratar este tipo de patologías. Personalmente entiendo que abordar estas tres variables a nivel psicoterapéutico es más importante que discutir el diagnóstico diferencial (problema que entiendo irresoluble si nos basamos exclusivamente en los criterios diagnósticos del DSM-5). Respecto a este punto recomiendo leer a Allsopp y la Teoría de la Disociación Estructural de la Personalidad de Van der Hart. Creo que es importante revindicar que a nivel de diagnóstico y de tratamiento, investigadores independientes y universidades de todas partes del mundo que han logrado hacer avances oportunos, serios y significativos que están por fuera de la corriente principal de la APA (no cabe duda que esta institución es una referencia fundamental, pero también es cierto que parece moverse de forma lenta respecto a los cambios sociales, estar sobrevalorada en el ambiente de psicólogos y psiquiatras, somado a una lista histórica de graves errores metodológicos y éticos).

El segundo. En la tesis que comparto el día de hoy, también planteo cómo Jung ha sido un precursor de la teoría de la disociación y cómo los avances actuales ratifican afirmaciones que expresó hace casi un siglo con bastante precisión y claridad.

El tercero. El énfasis de la tesis está puesto en la disociación victima-agresor y cómo este conflicto interno repercute en las relaciones interpersonales y la identidad de las personas que sufren trastornos disociativos. La tesis fundamental de este trabajo sostiene la necesidad de fortalecer la Función Trascendente para permitir simbolizar estos contenidos y evitar así la compulsión de repetición.

Por mi parte, no tengo pensando continuar haciendo maestrías o empezar un doctorado por el momento. Después de quizás demasiado tiempo formando parte de la comunidad académica —tanto como estudiante como profesor— mi nivel de preocupación respecto a los planes académicos universitarios ha ido en aumento, posiblemente después del impacto que ha tenido el Plan Bolonia (no sólo en Europa, sino también en el resto de occidente), que ha tenido como objetivo fomentar la especificidad del conocimiento en detrimento de una formación integral. Esto me resulta especialmente preocupante en Psicología. El limite del absurdo llega a la lucha interna entre las distintas corrientes, en lugar de favorecer la cooperación intra y extra disiplinar. Como quizás puedan intuir, este tema da para largo y claramente no es el momento de tratarlo. Ya escribiré sobre este asunto a su debido tiempo, porque está claro que ahora el horno no está para bollos…

Como siempre, aliento a que otros colegas compartan este tipo de trabajos en la web. Puede ser un aporte modesto, pero entiendo que la suma de contenidos ayuda a democratizar el conocimiento. Sé que el texto que adjunto es técnico, pero espero que profesionales de mi área y personas interesadas en psicología en general puedan sacar algún provecho. Sin más cháchara, aquí queda:

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Mecanismos de supervivencia al trauma y dinámica víctima-agresor (Parte II) https://diegoduranblog.wpcomstaging.com/2019/08/17/relaciones-toxicas-y-dinamica-victima-agresor-parte-ii/ https://diegoduranblog.wpcomstaging.com/2019/08/17/relaciones-toxicas-y-dinamica-victima-agresor-parte-ii/#comments Sat, 17 Aug 2019 03:37:10 +0000 http://diegoduranblog.wpcomstaging.com/?p=960 En el post anterior nos adentramos en la idea de que la dinámica víctima-agresor es producto de un trauma internalizado que afecta la identidad. En la medida que el trauma —por naturaleza anacrónico— no se hace consciente tenderá a repetirse a nivel interno y relacional. La pregunta, ahora evidente, es ¿cómo superar un trauma?

No me propongo contestar a semejante pregunta en un post, pero sí me interesa proponer algunas ideas. Ruppert (2018) plantea algunas estrategias que no funcionan y otras que sí podrían funcionar. Aquí presentaré en las que sí estoy de acuerdo, me ahorraré las que no y agregaré algunas más que veo frecuentemente en consulta.

Estrategias que sabemos que no funcionan:

El perdón no funciona. Los círculos patológicos relacionales tienden a mantenerse después de una reconciliación. Es esperable que en una relación adictiva ocurran incontables “rupturas” y “reconciliaciones” que intentan parchar heridas profundas. Generalmente, lo perdoné no significa otra cosa que haré de cuenta, por un rato, que esto no ocurrió. Solo hay que sentarse a esperar que una “nueva” situación despierte viejos resentimientos. Aún así creo que es posible alcanzar un perdón verdadero, pero este es siempre un efecto secundario del trabajo con el trauma, no sirve como estrategia directa para superarlo.

La venganza no funciona. Por el contrario, es una forma de alimentar este funcionamiento. La retaliación no ofrece una salida para superar el trauma, este supuesto cambio de posición agrava y cronifica aún más la dinámica víctima-agresor.

La reproducción artística del trauma no funciona. Está muy extendida la idea que a través del “arte” se puede superar traumas. Revivir un trauma produce ansiedad, muchas veces angustia, la reproducción fiel de una escena traumática no permite canalizar estos sentimientos de forma constructiva, es más bien una forma de regodearse en las miserias propias o ajenas. El sentido de las manifestaciones artísticas por lo menos a nivel terapéutico es crear algo nuevo, no repetir de forma compulsiva el sufrimiento sobradamente conocido. El arte sólo puede ayudar a trabajar un trauma si sigue la intuición de que existe una alternativa al drama interno y permite darle forma a un recurso psíquico que todavía no llega a ser vislumbrado con claridad.

La racionalización no funciona. Quien sufre una herida psíquica puede jugar con la idea que goza de un nivel de salud mental superior al que realmente tiene, asegurando por vía intelectual que entiende completamente su problema, negando así su sufrimiento. Refugiarse en explicaciones racionales como “el agresor también ha sufrido mucho”, «eso pasó hace mil años», «no me gusta hablar de cosas feas porque me hace mal» no ayuda a elaborar un trauma. Por este motivo, bendito psicoanálisis, no alcanza con explicar los porqués ni los paraqués, es necesario también contactar con la emoción. El aislamiento emocional por medio a la racionalización es una secuela directa del trauma, por tanto, no sirve para desmantelar su funcionamiento.

Estrategias que sí pueden funcionar:

Localizar el problema. Es importante identificar la dinámica víctima-agresor en uno mismo y en los demás, así como también las estrategias de supervivencia que todavía se mantienen. Para esto, es importante distinguir entre lo urgente y lo importante o, en términos de la Gestalt, entre figura y fondo. En castellano, es necesario diferenciar los problemas actuales —que parecen acuciantes o urgentes— de lo importante, es decir, del trauma que lleva a repetir este tipo de funcionamiento. Localizar un problema reduce la ansiedad porque lo circunscribe, le da un marco que lo hace manejable.

Localizar el problema es también importante para saber cuáles son las promesas, miedos o deseos que hacen que quien está en la posición de víctima muerda el anzuelo. Estos talones de Aquiles generalmente se enmarcan en el miedo a perder una oportunidad o status, miedo al abandono, a un posible daño emocional o perdida de placer.

Comunicación. Si algo puede ser comunicado en detalle, si podemos darle forma a aquello que nos ocurre, entonces el problema se reduce, si es que directamente no deja de existir. La psicopatología puede ser definida como un problema en la comunicación, existe algo que molesta que no tenemos del todo claro qué es y no podemos comunicarlo. Algunas personas que han sufrido un trauma cargan ese sufrimiento en silencio —ya sea por miedo, vergüenza o porque no logran localizarlo—, esto aumenta el malestar. Es importante Vivir para contarlo (o, contarlo para vivir) en un ambiente sano y compasivo donde sea posible expresarse con libertad, evitando juicios de valor. Si a esto le sumamos un terapeuta capaz de traducir este discurso para co-crear una imagen más clara del trauma del paciente, las mejoras no deberían tardar en llegar.

Las películas e historias de terror tienen una función estructurante, nos dan pistas de cómo afrontar un trauma. En El Resplandor, por ejemplo, Stanley Kubrick genera un valle inquietante que nos hace sentir que algo no va bien y no es hasta pasada la mitad de la película que localizamos a la amenaza. En la novela de Stephen King, Eso (It), un grupo de amigos que cargan con un trauma infantil en común se ven obligados, después de veintisiete años, a reunirse y comunicarse —de ahí que la palabra “comunicación” y “comuna” tengan la misma raíz— para darle forma y neutralizar a un viejo adversario en común. Necesitamos comunicar y compartir el sufrimiento, cuando una persona se aísla durante mucho tiempo encapsula el trauma. De ahí que sepamos que de antemano que al personaje que dice “vamos a separarnos” en una película de horror le espera una muerte sangrienta e inminente (aumentan las probabilidades un 92% si es afrodescendiente, latino o la talla de sujetador es XL). La lección de las narrativas de horror es contundente: Podemos prender fuego, disparar, acuchillar, decapitar, bañar en ácido sulfúrico, tirar granadas o bombas molotov, pero las secuelas no tardarán en aparecer. Sólo es posible reducir un trauma si se hace consciente, es decir, si se localiza, si se puede poner en palabras y si se conoce su historia. Los cuentos de terror también nos enseña a tener coraje y a elegir cuidadosamente a nuestros amigos. Me parece curioso que en Mientras escribo, Stephen King (2012) reconoce que las torturas que sufrió por parte de su niñera han sido, hasta ahora, una gran inspiración para escribir novelas y relatos oscuros.

Contar con una buena «teoría del mal«. Los adultos necesitamos para proteger y protegernos una buena teoría que nos permita entender, identificar y alejar amenazas potenciales. Jordan Peterson (2018), hace una pregunta incómoda que me resulta interesante: «¿cómo elige un pedófilo a sus víctimas?». Evidentemente, selecciona al niño más débil, temeroso y retraído, ese es el perfil que le interesa. Difícilmente busque a un niño que tenga una buena capacidad de comunicación y sea asertivo. Por esta razón no es una buena idea incentivar que los niños tengan miedo a los extraños. Primero, porque el miedo puede paralizar y no permitirle hacer frente a la situación y segundo, es más probable que sienta vergüenza o tema el castigo de sus padres por haber desobedecido. Es una mejor estrategia hablarles acerca de estos posibles acercamientos, validar e incentivar su asertividad y asegurar que en caso de que ocurra, es mejor contarlo rápido, pero si no están prontos pueden decirlo en cualquier momento y que siempre se los va a apoyar. (Lo mismo ocurre con prohibir el uso de la fuerza, en algunos casos es sano y necesario defenderse físicamente).

Un buen manual de perversiones nos lo puede dar el Marqués de Sade o el psicoanálisis (Tizón, 2015). Como hemos visto, el perverso seduce y/o coacciona generando dependencia y luego abandona o utilizan ese estado de indefensión para invadir el espacio mental y/o físico del otro.

Otra teoría interesante es La banalidad del mal de Hannah Arendt (1999). Arendt era una filósofa y teórica política judía que siguió el juicio de Adolf Eichmann, un teniente coronel de la SS que se encargó de transportar a millones de personas a campos de concentración. Arendt asistió en Jerusalén al juicio de Eichmann y notó que, contra todo pronóstico, no había un sentimiento antisemita en su discurso. Hasta sus últimas palabras antes de ser condenado a muerte en Israel justificó sus acciones porque, según él, se «limitó a seguir órdenes» de su legislador (Hitler).

No perseguí a los judíos con avidez ni placer. Fue el Gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, solo podía decidirla un Gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. En aquella época era exigida la obediencia, tal como lo fue más tarde la de los subalternos (Eichmann en Fernando Lizama-Murphy, 2017).

Esta teoría plantea que un agresor, un genocida incluso, se define —a lo Poncio Pilatos— también por la falta de empatía y capacidad crítica, y no necesariamente por un alto grado de sadismo.

Más aún, si decidimos trabajar un trauma hasta el final, es necesario ponerse en la piel del agresor. Se hace preciso sentir lo que él siente, pensar como él piensa y llegar al punto de tener la posibilidad de utilizar esa misma hostilidad en defensa propia. La diferencia está en que la violencia que ejerce un agresor no es deliberada, es desproporcionada, inoportuna y carece de justificación racional (porque es esencialmente inconsciente, como hemos visto, se basa en la repetición compulsiva de un trauma). Si esa violencia se hace consciente y se canaliza oportunamente, deja de ser violencia y pasa a ser agresividad. La agresividad es el motor del cambio que puede llevar a terminar una relación, hacer una denuncia o defenderse físicamente si la oacación lo requiere. Los junguianos llamamos a este proceso integración de la Sombra. Por esta razón, en algunos casos, puede ser útil el uso de juego de roles o la técnica de la silla vacía.

El tiempo no lo cura todo. He visto a personas de sesenta y setenta años llorar desconsoladamente al recordar episodios traumáticos de sus primeros años de vida. Si un trauma no se hace consciente y se expresa, es más probable que tienda a agravarse. El tiempo en sí mismo no sana, pero ayuda a sanar. Una metáfora muy extendida entre psicólogos es la de ver el trauma como una lata de refresco que ha sufrido fuertes golpes, es necesario abrirla lentamente. En otras palabras, es importante ser cautos para no re-escenificar un trauma que no pueda ser elaborado a posteriori. El primer objetivo al momento de trabajar un trauma es mejorar la calidad de vida del paciente, si esto supone no trabajar un trauma en absoluto porque la carga emocional es excesiva, es mejor evitarlo. Quizás no sea el momento, no tiene porqué serlo. Es una práctica iatrogénica pedirle a alguien que reviva un trauma si no se siente preparado para hacerlo.

El tiempo que se vive fuera una relación traumatizante es tiempo ganado. El factor tiempo —siempre y cuando sea posible trabajar progresivamente el trauma— es crucial para gestionar mejor las emociones, aclarar las ideas y generar narrativas más completas y realistas.

Respecto a la pregunta inicial —¿cómo superar un trauma?— seré honesto, creo que un trauma no se supera. Es más, realmente estoy convencido que nadie supera nada.

Cuando nos sentimos faltos de energía y nos «bajan las defensas», reaparecen viejos fantasmas y con ellos, antiguas estrategias de supervivencia. Lo que sí es factible es que con trabajo + tiempo, la fuerza emocional del trauma disminuya y sus síntomas se hagan menos frecuentes, más manejables, los recuerdos negativos comiencen a mermar, resulte más fácil expresar con claridad y seguridad los deseos y sentimientos propios. En suma, es posible, si se hace un trabajo comprometido y sistemático, aprender a vivir con una herida incurable y ganar control sobre nuestras vidas.

Que no es poco.

Bibliografía

Arendt, H. (1999). Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal. São Paulo: Companhia das Letras.

King, S. (2012). Mientras escribo. Plaza & Janés.

Ruppert, Franz (2018) ¿Quién soy yo en una sociedad traumatizada?. España: Herder.

Tizón, J. L. (2015). Psicopatología del poder: Un ensayo sobre la perversión y la corrupción. Herder Editorial.

Youtube

Jordan Peterson (2018): https://www.youtube.com/watch?v=KtP241Uu2S0&ab_channel=TheArchangel911

Páginas Web

Fernando Lizama-Murphy (4 de agosto de 2017). «El secuestro de Adolf Eichmann»Fernando Lizama-Murphy – Escritor.

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Mecanismos de supervivencia al trauma y dinámica víctima-agresor (Parte I) https://diegoduranblog.wpcomstaging.com/2019/06/23/relaciones-toxicas-y-dinamica-victima-agresor-parte-i/ https://diegoduranblog.wpcomstaging.com/2019/06/23/relaciones-toxicas-y-dinamica-victima-agresor-parte-i/#comments Sun, 23 Jun 2019 20:25:39 +0000 http://diegoduranblog.wpcomstaging.com/?p=819 Teniendo en cuenta que se han escrito infinidad de libros, artículos en revistas e incontables videos en YouTube, he dudado en escribir sobre el tema de «relaciones tóxicas» o “vínculos adictivos”.

La diferencia con muchos artículos ya escritos es que el enfoque de este post está pensando en buscar soluciones de adentro hacia afuera, y no al revés. Estoy convencido que no es posible abandonar completamente un tipo de apego negativo tomando medidas externas sin comprender qué nos motiva a asumir un papel en la dinámica víctima-agresor. O, como bien dice una amiga, un clavo saca a otro, pero deja un agujero en la pared.

No quiero caer en el furor curandis de prometer recetas mágicas, no las hay. Lo que sí existen son alternativas más realistas que otras. En mi experiencia lo único que puede generar un cambio real y sostenido en el tiempo es llegar a un momento de verdad.

Anticipo que este post puede resultar difícil de digerir para aquellos que se encuentran atrapados en una relación de este tipo. No es en ningún caso fácil verse a uno mismo como víctima y/o agresor y, más aún, ser consciente de cuáles son las causas de que esto suceda y se repita.

Antes de continuar, tómate unos segundos para pensar qué tipo de relación o forma de relacionamiento quieres abandonar.

El primer paso es entender qué es y por qué ocurren las relaciones tóxicas o adictivas.

Más allá del diagnóstico

Franz Ruppert (2018) resume la dinámica víctima-agresor planteando que el polo víctima tiene que ver con rasgos del Trastorno Dependiente de la Personalidad (TDP) y el polo del agresor con rasgos del Trastorno Narcisista de la Personalidad (TNP).

Así, las víctimas (TDP) se caracterizan (según el CIE-10) por:

  • Subordinar sus propias necesidades a otros.
  • Estar poco dispuesto a expresar derechos ante las personas de las que dependen.
  • Miedo persistente al abandono.
  • Capacidad limitada para tomar desiciones cotidianas si no cuentan un alto grado asesoramiento y reafirmación por parte de los demás.

Ruppert (2018, p. 149) lo resume de la siguiente manera:

El llamado dependiente adoptada de forma permanente una actitud de sumisión como consecuencia de las experiencias violentas, con la esperanza de que entonces lo acepten y lo amen: ¡hago todo por ti! Esto incluye el masoquismo sexual.

La víctima tiende a vivir en una adicción a la armonía, negando, normalizando y evitando el conflicto a cualquier costo (que siempre es el suyo propio).

El agresor (TNP) se caracteriza (según el DSM-IV) por:

  • Grandioso sentido de autoimportancia.
  • Excesiva preocupación por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios.
  • Creencia de ser especial y que solo puede ser comprendido por otras personas especiales o de alto status.
  • Sacar provecho de los demás para alcanzar sus propios objetivos.
  • Baja capacidad de empatía.

Ruppert (2018, p. 148) lo resume así:

El llamado «narcisista» quiere imponer las relaciones de amor por la fuerza y hacer olvidar sus vergüenzas personales por medio de sus principales personas de referencia: ¡debes quererme, admirarme y venerarme! Además debes venerar mis proyecciones de amor (Dios, America, Alemania…), si no, estoy dispuesto a humillarte o incluso matarte.

Según Jorge L. Tizón (2015, p. 84), el agresor busca penetrar la mente o el cuerpo de los otros para satisfacer sus necesidades y está convencido que las víctimas están obligadas a aceptar esta intrusión. Para las personas que tienen un comportamiento sádico, afuera está lo oscuro y malvado —que en realidad está disociado de su interior—, no comprenden que todo su esfuerzo está destinado a combatir el trauma con más trauma.

Ahora que «le sacamos la foto» a estos dos personajes internos la pregunta obligada es, ¿por qué este tipo de personas se atraen mutuamente?

El dependiente encuentra en el narcisista un salvador; el narcisista encuentra en el dependiente el contenedor perfecto donde volcar sus fantasías de omnipotencia. A mi modo de ver, generalmente este tipo de relaciones tienen un ingrediente de adicción al drama. La relación dependiente sirve como una excusa perfecta para barrer debajo de la alfombra problemas internos más profundos. Tanto la víctima como el agresor son dependientes, porque estar sin la relación o solos, se concibe como una amenaza para la identidad y un sinsentido.

La solución al problema, entonces, no está en sacar de la ecuación al causante de traumas, sino en el abandono consciente de la dinámica víctima-agresor. (Por este motivo, comenté en una entrevista para el diario La República que no sirve cambiar a una víctima de bullying de colegio, porque este drama interno viaja con él donde sea que vaya).

A las víctimas les cuesta salir de esta situación porque han internalizado la relación víctima-agresor a tal punto que se han apartado cada vez más de su propio yo, sucumbiendo al fatalismo de «es lo que hay», «no es para tanto, tampoco estoy tan mal», «los hombres/mujeres son así».

El camino de salida está en identificar en nuestra propia biografía la condición de víctima y en encontrar una alternativa a las estrategias infantiles de supervivencia al trauma utilizadas en la infancia. La idea no es victimizarse, más bien todo lo contrario, se trata de ganar consciencia y control sobre nuestros propios mecanismos internos.

Los traumas se transmiten de generación en generación. Esto quiere decir que los padres cargan sus estrategias de supervivencia sobre sus hijos, y los hijos, movidos por el amor, hacen malabares para quitarles ese peso de encima a sus padres. En definitiva, los roles se invierten y pasan a ser los hijos quienes terminan protegiendo o identificándose con sus padres (Frankel, 2017; Knox, 2010). Los cuentos infantiles sobre Barba Azul, lobos feroces o malvadas «madrastras», para muchos niños no son fábulas, sino una triste realidad cotidiana.

Cuando los padres no logran darle a sus hijos el contacto físico, contención emocional y amor que necesitan en sus primeras fases del desarrollo, los hijos crecerán con estas carencias y modos de funcionamiento (Bowlby, 1986). En estos casos, el trabajo terapéutico consiste en identificar y hacer consciente los mecanismos de identificación con la víctima/agresor:

Solo cuando las victimas del trauma trabajen expresamente su dolor psíquico reprimido y negado, y sus miedos a la aniquilación, podrán abandonar la relación con el agresor. Este puede ser un proceso largo y costoso. Para ello tienen que recuperar primero su propio yo y su propia voluntad (Ruppert, 2018).

Este proceso en ningún caso es fácil porque ante el trauma la psique busca desterrar de la consciencia las emociones y verdades insoportables.

La pregunta entonces es cómo identificar el trauma primigenio. Aquí planteo doce preguntas que quizás te ayuden a identificarlo:

  1. ¿Hay algo, que para ti sea relevante, que no le hayas contando a nadie durante mucho tiempo?
  2. En tu infancia, ¿te han abandonado o dejado solo/a?
  3. ¿Alguno de tus padres, o alguién mayor a ti, te ha golpeado o castigado, te ha hecho moretones, cortes, arañazos o hecho sangrar durante tu infancia o adolescencia?
  4. ¿Has vivido algún tipo de acercamiento sexual que te haya hecho sentir incómoda/o durante tu infancia o adolescencia?
  5. ¿Has vivenciado algún accidente o has visto algún accidente importante? (el trauma puede ser directo o vicario)
  6. ¿Has tenido la necesidad de intervenir o mediar en la relación de tus padres para «protejerlos» o «cuidarlos» durante tu infancia o adolescencia?
  7. De pequeño, ¿recuerdas sentirte culpable o humillado?
  8. ¿Te han hecho algún tipo de intervensión medica de riesgo o has estado en una situación en la que pensaras que ibas a morir?
  9. ¿Has vivido momentos violentos (gritos, insultos, amenazas) en tu familia, en la escuela o con tu grupo de pares?
  10. ¿Te has sentido humillado o has sido objeto de burla?
  11. ¿Recuerdas tratar de evitar algún tipo de situación durante tu infancia o adolescencia?
  12. ¿Has tenido pesadillas recurrentes durante tu infancia?

Que hayan ocurrido estos hechos no garantiza que exista un trauma —en el 75% de los casos las personas logran des-traumatizarse de forma natural, sin hacer un tratamiento (Wilson, JP (1997)—, pero si alguno de estos hechos guardan todavía una gran carga emocional o crees que pueden explicar tu forma de relacionamiento actual, es algo que conviene revisar. Lo importante no es sólo identificar —de ser posible— en qué momento puntual ocurrió o ocurrieron los traumas, sino también cuáles fueron las estrategias de supervivencia que se pusieron en juego, porque posiblemente sean las mismas que sostienen el círculo vicioso víctima-agresor en la actualidad.

La buena noticia es que más allá del trauma, también tenemos partes sanas. Nuestra parte sana es aquella que nos dice, «Si traumatizo a otras personas, me hago daño a mi mismo. Si lastimo a otros, ese daño volverá a mí«. O, al revés, “Si actúo de forma bienintencionada, me beneficio. Si hago algo positivo por los demás, también gano yo”. Nuestra parte sana, nos permite diagnosticar y salir de este tipo de vínculo como un vampiro huye del ajo.

Nuestras partes dañadas, en cambio, no nos permiten ver claramente y nos llevan a reescenificar el trauma una y otra vez. Cuando una persona está en un estado de supervivencia al trauma, le resultará complicado reconocer el funcionamiento maquiavélico del agresor sin caer ingenuamente en su trampa. Por este motivo, para salir de la posición de víctima, es importante saber cómo funciona la psique del agresor y cuáles son las “manzanas” o “caramelos” que ofrece para seducir o coaccionar a sus víctimas.

Quien estudia las biografías de los causantes de traumas se encuentra con que ellos mismos han sido víctimas —a edades muy tempranas— de algún tipo de abuso, y luego, repitieron estos patrones de forma negativa en la sociedad.

Para los interesados en concer cómo se inicia el funcionamiento víctima-agresor desde el punto de vista psicológico recomiendo Debemos hablar sobre Kevin (2011).

Cuando ocurrió el trauma, la estrategia de supervivencia fue identificarse con el agresor. Han necesitado hacer este movimiento para no sentirse devorados por el trauma. Esta identificación les permitió aumentar su sentido de control y estabilidad psiquica. La lógica interna es: «la vida es un sálvese quien pueda», «si no ataco, me destuyen».

Generalmente las víctimas se sienten aliviadas cuando pueden darse cuenta que la pomposidad y fachada intimidante oculta una persona especialmente vulnerable, frágil y dependiente (este mecanismo se conoce como formación reactiva).

El primer paso que debe dar un agresor para dejar de lado su funcionamiento sádico es identificar en qué momentos él mismo ha sido víctima. Quien consigue reconocer su condición de víctima puede superar con más facilidad su condición de agresor, solo así podrá sentir compasión por sí mismo. De esta manera, no se juzga porque sabe que su condición de agresor es parte de condición de victima. Solo así puede nacer un esfuerzo por repara el daño causado.

En las dinámicas relacionales tóxicas o adictivas, generalmente los roles de víctima y agresor se alternan:

Las personas oscilan entre actitudes de victima y agresor. Las sensaciones de importancia y omnipotencia se van alternando en su interior de manera imprevisible para ellos mismos. Las personas que están atrapadas en la fragmentación victima-agresor en el fondo solo tienen la elección entre implosión y explosión (Ruppert, 2018).

Si estás atravesando por una relación que te genera un daño emocional, me gustaría terminar esta entrada diciéndote:

Nadie te puede hacer sentir menos, si tú no le das ese poder.

Tienes derecho a elegir relaciones que te hagan bien y abandonar las que no, sin tener que dar explicaciones.

No hace falta tener una lista de justificaciones racionales para dejar o continuar una relación.

Nadie tiene derecho a traumatizar a otro, no existe nada que lo justifique.

No necesitas llevar cargas que no sean tuyas.

No comprometas tu integridad por seguir un impulso momentáneo.

No tienes porque seguir normas sociales impuestas por una sociedad traumatizada.

En el próximo post enumero qué estrategias no funcionan y cuáles sí podrían funcionar para salir de este tipo de relaciones.

Bibliografía

Bowlby, J (1986). Vínculos afectivos. Madrid: Morata.

Knox, Jean. Self-agency in psychotherapy: Attachment, autonomy, and intimacy. WW Norton & Company, 2010.

Ruppert, Franz (2018) ¿Quién soy yo en una sociedad traumatizada?. España: Herder.

Tizón, J. L (2015) Psicopatología del poder. Un ensayo sobre la perversión y la corrupción. Herder Editorial.

Uribe, Martha Patricia Ontiveros. «Clasificación Internacional de Enfermedades, Organización Mundial de la Salud. Décima Versión CIE-10.» (2018).

Segal, Daniel L. «Diagnostic and statistical manual of mental disorders (DSM‐IV‐TR).» The Corsini Encyclopedia of Psychology (2010): 1-3.

Wilson, J.P and Keane, T.M (1997) Assessing Psychological Trauma and PTSD. The Guilford Press.

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