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En las familias existe un contrato en cuya letra chica se detalla una serie de roles y expectativas implícitas que recaen sobre cada integrante. Pero, ¿qué pasa si nos separamos del rol que se nos ha asignado, si decidimos no cumplir con la trayectoria que se espera de nosotros?

Sobre estas preguntas recaen las diferencias entre una familia y un clan. Entre la lealtad a secas y la lealtad ciega, entre una relación sana y una co-dependiente, entre la lealtad y la fidelidad.

La lealtad se gana y se sustenta en una historia de intercambio equitativo consciente. En la lealtad ciega, en cambio, se siguen los pasos de [leer cual mafioso italiano], «La Familia», los cuestionamientos no están permitidos y generalmente existe un pacto de silencio con el propósito de «mantener la paz».

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«No me importa qué tan cercanos sean: al final tus amigos te van a decepcionar. La familia. Ellos son los únicos de los que puedes depender». Tony Soprano.

A veces los problemas se barren debajo de la alfombra. Las críticas, se tapan con salsa carbonara. Los comentarios hirientes, se amortiguan subiendo el volumen del televisor. Vuelan cuchillos de una esquina a otra de la mesa, pero aquí no ha pasado nada.

El mayor problema de esta forma de funcionar –si no se hace consciente y se trabaja– es que tiende a replicarse en otras relaciones (laborales, de pareja, amistades). Por eso me pregunto: cuál es el precio de evitar la culpa por no vivir de acuerdo a las expectativas de lo demás, cuál es el precio del disenso.