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El mes pasado tiré en las redes una encuesta destinada a entender cómo viven la expatriación, especialmente mis compatriotas rioplatenses. El propósito de esta encuesta —que forma parte de mi trabajo de fin de máster (TFM)— es principalmente ver qué temáticas relevantes se repiten. Por motivos de honestidad intelectual tendré el decoro de aclarar que mi pesquisa no es en ningún caso concluyente a nivel cuantitativo, la muestra es pequeña (126 entrevistados), sesgada (busqué candidatos a través de LinkedIn), y reconozco, como estadista… soy buen psicólogo clínico.

Aclarado esto, me interesa comentar algunas de sus respuestas que me llevaron a elucubrar sobre cómo vivimos la experiencia de inmigración.

¿Por qué tan amables?

Para mi sorpresa, la mayoría de las personas a las que le hice llegar la encuesta respondió en tiempo récord (en los primeros tres días ya contaba con poco más de cien respuestas). Como si fuera poco, muchos de los encuestados me agradecieron, algunos incluso compartieron conmigo en privado algunas de sus experiencias viviendo fuera de su país de origen. Esto me parece francamente inaudito, quiero decir: le pido a desconocidos que pierdan su tiempo rellenando una insidiosa encuesta, la mayoría me responde in flagranti, me agradecen casi todos, algunos insisten en darme más detalles y llegué incluso a recibir invitaciones (tres) —en caso que pase de visita por sus ciudades— para tomar un café, cerveza o vino.

Definitivamente no esperaba esto...

Más allá de las motivaciones individuales que desconozco, quizás este imprevisto tsunami de amabilidad sea un reflejo de que para todos es importante ver y ser vistos, entender y ser entendidos. Al habernos ido de nuestros países de origen, Uds y yo compartimos una experiencia íntima que —si bien no es fácil poner en palabras— nos une. Agradezco de nuevo su confianza y su tiempo.

Pertenecer vs. Diferenciarse

Una de las preguntas que aparece en la encuesta es:

«¿Crees que tu personalidad ha cambiado desde que resides en otro país o región? En caso afirmativo, ¿de qué forma?».

Pocos han planteado que su personalidad no ha cambiado, es posible que la minoría tenga razón. Quizás en la inmigración no cambie la personalidad (o más probablemente se reafirme), pero sí se espera que ocurra un cambio en la identidad pre y post migración. Kenneth Bledin (2003) lo resume de la siguiente manera:

«La migración es una experiencia potencialmente traumática. La persona siente una discontinuidad, un quiebre interno en la relación con el ambiente y su historia»

El proceso de inmigración es extremadamente complejo porque supone resolver una ecuación personal entre acomodarse a un nuevo ambiente y mantener parte de la identidad previa. En otras palabras, una inmigración satisfactoria no implica suprimir completamente la identidad anterior, negando las experiencias previas y los sistemas de creencias para adaptarse completamente a una nueva cultura, no. Esto sería una falsa adaptación. Tampoco se logra viviendo en guetos, porque esto sería un intento infructuoso de anclarse en el pasado. El proceso de inmigración óptimo se encuentra en un espacio intermedio entre «ellos y nosotros» y supone una identificación selectiva entre dos o más culturas.

Por poner un ejemplo cotidiano, para muchos extranjeros, los rioplatenses ostentamos la legendaria costumbre de invadir el espacio personal. En el País Vasco, —como en muchísimos otros países y ciudades— esto puede dar lugar a situaciones incómodas. Por tanto, cuando llegué a esta región tuve que aceptar «la ley de restricción anatómica vasca» (pueden buscarlo en Wikipedia). Si bien ahora soy más consciente de las distancias físicas, paradójicamente, también me muestro más afectuoso que antes con las personas con las que tengo un vínculo estrecho. Se trata de una negociación que —como un río subyacente— transcurre incesante pero rara vez se hace consciente.

Volviendo (ahora sí) a los resultados de la encuesta, la mayoría considera que integrar una bi-identidad o pluri-identidad ha generado cambios positivos que se materializan en:

Cambio en el sentido de prioridades.

Ser más selectivos al momento de relacionarse.

Aceptar con más facilidad nuevas culturas.

Más independencia y “coraje”.

Sentirse más libre (disfrutar del anonimato).

Con el tiempo han dejado de idealizar o devaluar el país de origen y el país de residencia actual.

Perciben más en términos globales que regionales.

Nostalgia

Cuando pregunto: «¿En algún momento, se te ha hecho difícil la expatriación o el pasaje de una región a otra? En caso afirmativo, explica bajo qué circunstancias», la mayoría de los entrevistados dicen tener, o haber tenido, dificultades relacionadas con:

El idioma.

No poder estar junto a familiares o amigos en momentos importantes (operaciones, fallecimientos, cumpleaños, etc).

Sentirse fuera de contexto.

Problemas burocráticos.

Prejuicios o incomprensión respecto a estilos de comunicación o costumbres propias del país de origen (uno de los entrevistados ha notado, y concuerdo, que el estilo de hablar rioplatense puede sonar agresivo en otros contextos).

Es esperable, en los primeros años —cuando “bajan las defensas”— que aparezca de manera resursiva un sentimiento de nostalgia profundo. Varios autores (Czubinska, 2017; Grinberg, L., & Grinberg, R, 1989; Sengun, 2001) sugieren que la forma en la que viva y afronte el inmigrante su realidad fuera de su “madre tierra” dependerá del estilo de apego (este es un asunto que por cuestiones de economía literaria, no abordaré en este post).

Para aquellos que han emigrado o piensan hacerlo, conviene tener en cuenta que la adaptación completa (si es que existe tal cosa) supone inevitablemente atravesar un duelo. Cuando se intenta hacer un baipás del sentimiento de pérdida, es esperable que aparezcan síntomas depresivos sin causa aparente (Grinberg & Grinberg, 1989).

Islas de sanidad

Los inmigrantes necesitan revisitar su país de origen cada cierto tiempo, se trata de un movimiento regresivo necesario. Una forma simple de reconectar con el pasado es escuchar canciones o comer comida típica del país de origen. Así, la ansiedad que provoca lo nuevo puede ser balanceada con lo familiar y es posible sentirse conectado más allá de la distancia física. Paris (1978) sugiere que los inmigrantes necesitan volver a su país para ser psicológicamente recargados y revitalizados, o para reconciliarse con un padre/madre que no pudo nutrirlos (el viejo país) del cual se vieron forzados o eligieron irse.

Un amigo expatriado me advirtió que el proceso de adaptación al nuevo país es similar a la trayectoria de un caracol, «sube cinco céntimos, retrocede dos». La imagen del caracol me resulta más que apropiada porque me hace pensar que hay dos formas de ver estas crisis, o bien, como un círculo que parece retornar una y otra vez al mismo punto, o como un espiral que nos acerca cada vez más a un eje central.

Aquello que los inmigrantes dejamos atrás vuelve para fastidiarnos. Re-posicionarse en un nuevo territorio y espacio mental conlleva un trabajo de introspección por momentos doloroso, sin embargo, puede ser una oportunidad óptima de crecimiento. Sentirse aislado es una experiencia humana irremediable, pero aprender a estar solo es una de los síntomas más importantes de madurez emocional.

Como he comentado en un post anterior, un riesgo psíquico posible es no pertenecer a ninguna parte, ocupar un lugar físico sin sentir que realmente hemos llegado. Es en la experiencia de intimidad compartida que el crecimiento puede ocurrir. Quizás los inmigrantes (y no inmigrantes, también) tengamos que preguntarnos: ¿dónde, en qué momentos y con quién nos sentimos nosotros mismos?

Lic. Diego Durán. Psicólogo Clínico.

Bibliografía

Bledin, K. (2003). Migration, identity and group analysis. Group Analysis, 36(1), 97-110.

Bledin, K. (2004). What’s in a name? Foulkes, Identity and the Social Unconscious. Group Analysis, 37(4), 477-489.

Caldwell, L., & Joyce, A. (2014). Essentially Winnicott: creating psychic health. British Journal of Psychotherapy, 30(1), 18-32.

Czubinska, G. (2017). Migration as an Unconscious Search for Identity: Some Reflections on Language, Difference and Belonging. British Journal of Psychotherapy, 33(2), 159-176.

Grinberg, L., & Grinberg, R. (1989). Psychoanalytic perspectives on migration and exile. Yale University Press.Sengun, S. (2001). Migration as a transitional space and group analysis. Group Analysis, 34(1), 65-78.

Paris, J. (1978). The symbolic return: Psychodynamic aspects of immigration and exile. Journal of the American Academy of Psychoanalysis, 6(1), 51-57.